Llamado al sacerdocio


Me llamo Joaquín, tengo treinta y seis años, soy de Fuente el Saz y me estoy formando para ser sacerdote en el Seminario Diocesano de Alcalá de Henares.Mi vocación, como podréis deducir de mi edad, es tardía: surgió alrededor de los treinta años; aunque luego he podido comprobar que no es un caso excepcional, ni mucho menos. No obstante, para hablar de mi vocación es necesario remontarse unos años atrás:
Nací en una familia con fuertes convicciones religiosas, lo cual agradezco ahora a Dios infinitamente. En mi infancia y adolescencia fui profundamente cristiano: iba a misa los domingos, fui monaguillo, participé en grupos de formación católica, incluso me integré en un movimiento cristiano (los Focolares). Tan comprometido estaba, que algunas personas (y yo mismo) me hicieron la pregunta sobre mi posible vocación sacerdotal. Pero yo me negaba una y otra vez...
Un día, a los dieciocho años, me levanté por la mañana y, casi sin razón consciente, tal vez saturado por las actividades, tal vez por miedo al compromiso, decidí dejar la Iglesia totalmente: no volví a acudir a las reuniones de los focolares, no volví a ir a misa ni a frecuentar a cristianos. Y me declaré agnóstico...
Terminé la carrera de Derecho y encontré trabajo. Con mis amigos me divertía todo lo que podía, y procuraba criticar lo máximo posible a los creyentes. Así transcurrieron varios años...
Pero sobre los veinticinco años, sin razón aparente, comencé a tener depresiones, cada vez más frecuentes, que me obligaron a acudir al psiquiatra. Esto me asustó, y, como dichas depresiones las achacaba a mi pasado religioso, pensé que debía conocer más el catolicismo, para así poder atacarlo mejor: Empecé a leer libros relacionados con la religión y a atender las razones de los creyentes que me iba encontrando en mi vida; especialmente, me impactaron las palabras de Don Eugenio —que en aquellos tiempos ya llevaba unos años como párroco de mi pueblo— en las cenas familiares de Navidad a las que era invitado (y a las que a mí me parecía inevitable acudir): me mostraban un catolicismo “razonable” y muy cercano a lo que yo pensaba sobre la vida. Así, a continuación, decidí leer la Biblia, aunque no con muchas esperanzas de avanzar en el texto. Empecé con el Génesis y, sorprendentemente, me gustó; no le di excesiva importancia, y seguí leyendo el Éxodo. Pero el Éxodo también me gustó y seguí leyendo... Cada vez me imbuía más en aquellos versículos: me estaba emocionando: me estaba encontrando conmigo mismo... Terminé el Antiguo Testamento y seguí leyendo: las palabras y las obras de Cristo terminaron de convertirme. Marana tha (¡Ven, Señor, Jesús!): terminé el Apocalipsis... y volví a ser cristiano...
Entonces, al domingo siguiente de cerrar la Biblia, decidí ir a misa. Y me gustó. Así que decidí volver al domingo siguiente. Y me gustó más. Y seguí volviendo...
Al cabo de un tiempo, empecé a ir a misa diaria. Y me gustó. Así que seguí yendo...
Una tarde, al cabo de un año, arrodillado ante el sagrario, me vinieron a la mente todas las imágenes de mi pasado creyente, y todas sus alegrías (y sinsabores), y le pregunté al Señor: “¿Qué quieres ahora de mí?” Entonces, comprendí que me llamaba, que siempre, desde que era niño, me había llamado.
Al domingo siguiente, entré en la Sacristía y le dije a Don Eugenio que quería ser cura. Don Eugenio me puso en contacto con el Rector del Seminario de Alcalá y empecé el curso Introductorio (o “de Discernimiento”), un año previo al Seminario real, en el que tienes entrevistas esporádicas con los formadores y en el que confirmas tu vocación o no.
Al final del curso Introductorio decidí comenzar el Seminario. Los formadores estaban de acuerdo conmigo. Ahora estoy en segundo curso...

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